



rozando sus mejillas.
Ella y su naríz de Virgen,
y sus labios de miel,
y su cuerpo de trigo,
y su sonrisa,
y esos ojos tan grandes de mirada sincera.
Ella.
Ella.
La chica callada...,
la que conoce mi nombre
y desconoce
este río ferviente y bravío
de amor represado
(represado en mi pecho)
y que lleva su nombre.
Mujer cuyo nombre evoca
todas esas palabras
que se han secado en mis labios,
por miedo
a su obvio rechazo,
por no considerarme
lo suficientemente bueno.
Ella... me quema.
Me arde.
Me escose.
Me recuerda que
regresan a ti,
una y otra
y otra vez,
con la cruel y fría intención
de no permitir
que cicatrice la herida.
que se han secado en mis labios,
por miedo
a su obvio rechazo,
por no considerarme
lo suficientemente bueno.
Ella... me quema.
Me arde.
Me escose.
Me recuerda que
hay amores imposibles que
regresan a ti,
una y otra
y otra vez,
con la cruel y fría intención
de no permitir
que cicatrice la herida.
Sergio Smisah