CRÍTICA: "CELL" DE TOD WILLIAMS




Esta semana me he topado con Cell, una película basada en la novela del mismo nombre y que forma parte de la obra del afamado Stephen King. Me había leído el libro. Un libro entretenido y de lectura rápida, por cierto. Creo que de no haberlo leído no me habría interesado en la misma. 

Cell narra la historia de Clayton Riddel, un novelista que tras volver de la presentación de su última obra, se percata de que cosas extrañas comienzan a suceder a su alrededor, pues, una extraña señal es transmitida a través de los celulares y hace que las personas se conviertan en una especie de muertos vivientes.

A ver, no sé, pero muchas películas basadas en las historias de King tienen un aire de película de bajo presupuesto (no sé si tenga que ver con que el autor es fanático del cine B), así que no esperaba encontrarme con una obra de arte. Y no me llevé ninguna sorpresa, pues, Cell es una película digna de Sy-Fy. Que, a mi parecer, tiene un inicio bastante fuerte, y que desgraciadamente se va diluyendo conforme la historia avanza, llegando al punto de tornarse algo aburrida. Sin embargo, la gran decepción son las flojas actuaciones de grandes y reconocidos actores como lo son John Cusak y Samuel L. Jackson, y el escaso desarrollo de los personajes principales.

En resumen, Cell es una película de "un domingo por la tarde cuando no hay nada que hacer".

Puntuación: 


Nota: la máxima puntuación es de cinco estrellas.

RELATO: "EL DÍA EN QUE LAS CUCARACHAS DOMINARON EL MUNDO"


     Terminó de beberse la cerveza y dejó la botella sobre el mesón de la cocina. Pensó en ducharse mientras caminaba hacia la cama, pero se sentía sumamente agotado. Pues, había sido un día de mierda en la fábrica. Se sentó en el borde de la cama y comenzó a desatarse los cordones de las botas. Fue en ese momento cuando divisó una cucaracha que cruzaba el loft y pretendía escabullirse debajo de la cama. Si existía algo en el mundo que Anthony detestara más que al presidente, eran los insectos. Aplastó la cucaracha de un pisotón, y al alzar el pie derecho, contempló al insecto cuya sustancia interior había creado una mancha blanquecina en el piso. Pensó en barrerla, pero el cansancio pudo más, así que terminó de quitarse las botas y se acostó. Nada era tan placentero como tumbarse en la cama después de un día de arduo trabajo. Ni siquiera la cálida compañía de una mujer. Cerró los ojos y poco a poco comenzó a quedarse dormido, a pesar de haber dejado la luz encendida...
     
     Y se encontraba en ese punto en que no sabes si estás dormido o despierto, cuando comenzó a sentir que algo le rozaba la planta del pie derecho. Era un roce leve, como diminutas cosquillas. Usó el pie izquierdo para rascarse; descansó el cuerpo sobre su costado derecho y volvió a dejarse llevar por el cansancio...
     No podía intuir cuánto tiempo había transcurrido. Pudo ser un minuto o diez, pero ahí estaba de nuevo el ligero roce, los pequeños cosquilleos. A pesar de estar a punto de ceder de una vez por todas ante el sueño, optó por prestar atención. Y entonces, pensó en diminutas antenas que le rozaban la planta del pie derecho. "Cucaracha", pensó y, de un brinco, salió de la cama. Apartó la sábana rápidamente, percatándose así del pequeño insecto que se escabullía entre la pared y el colchón, al tiempo en que otra, un tanto más grande, salió debajo de la cama. 

     Anthony actuó de forma automática y, olvidando que se encontraba descalzo, la aplastó. Y la sensación de humedad en el talón le generó una profunda repugnancia. Pero no había mucho tiempo para quejarse, pues, otra cucaracha salió debajo de la cama, y a esta se sumó otra, y otra, y otra más, y en un abrir y cerrar ya eran más de diez. Dio varios pasos hacia atrás, y entonces, notó que los insectos iban de manera desafiante en pos de él. No importaba cuánto se alejara, las cucarachas le seguían pausadamente.
     
      "¿Pero qué coño les pasa?", pensó.

      Dio varios más pasos hacia atrás, percatándose de que eran más las cucarachas que emergían debajo de la cama. De diferentes tamaños. Algunas más oscuras que otras. Todas marchaban en su dirección como una especie de ejército. La cantidad de artrópodos era tal que cualquier persona que sufriera de entomofobia habría perdido la cordura en ese momento. Miró a su alrededor en busca de una escoba o algo con qué hacerles frente.

     "El baño", se dijo.


    Entonces, corrió a la izquierda, y al abrir la puerta del baño se topó con más cucarachas. En el techo, en las paredes, en el váter, en el lavamanos, en la cortina..., el inodoro se había convertido en una especie de fuente de insectos. Contemplar aquella cantidad de cucarachas le provocó un raro y repentino escozor en los brazos. Con una rapidez felina, cogió la escoba que se encontraba apoyada detrás de la puerta, y con la mano izquierda, espantó a las tres cucarachas que caminaban por el cabo. Se dio media vuelta y comenzó a golpear a todos aquellos insectos. Lanzaba escobazos a diestra y siniestra, pero tenía la sensación de que por cada insecto que lograba herir aparecían dos más.  Y, de pronto, sintió varias patitas diminutas caminándole por los brazos, el cuello y la parte posterior de la cabeza. Intentó sacudirse, pero sus intentos fueron en vano, pues, más cucarachas emprendieron el vuelo hacia él. Ahora podía sentirlas debajo de la ropa, en el pecho. Podía sentirlas subiéndole por las piernas, debajo del pantalón. Dejó caer la escoba mientras daba vueltas y se sacudía desesperadamente. Más y más cucarachas chocaban contra él. Las sentía en todas partes. No le quedó más remedio que salir de la habitación.


     Mientras corría hacia la puerta, todos aquellos insectos revoloteaban a su alrededor. También podía sentirlos debajo de sus pies en cada pisada. Y, al salir al pasillo, se encontró con que sus vecinos estaban en las mismas condiciones. Corrió hacia la escalera que se encontraba congestionada de personas y llena de insectos, y un par de mujeres se cayeron, rodando escalones abajo. Al llegar a la planta baja, la escena distaba mucho de ser mejor. Podían verse cucarachas en los muebles, en la alfombra, en las cortinas, en las ventanas panorámicas, en las lámparas... y, por si fuera poco, en la calle, imperaban los gritos de mujeres despavoridas. De los desagües emanaba una cantidad ciclópea de cucarachas. Era como si aquellos insectos se hubiesen hartado de ser pisoteados y despreciados durante años. Como si se hubiesen cansado de los aerosoles insecticidas, hubiesen ideado un plan macabro que consistía en reproducirse de manera que representasen un serio peligro para la raza humana, sus opresores. Y es que en la calle podían verse varios cuerpos sin vida, que eran esquivados por personas que corrían despavoridas, tratando de deshacerse de los insectos y pisaban pequeños charcos de vómito.


     Anthony alzó la cara y divisó cientos, tal vez miles, de alitas que brillaban bajo las luces de la calle, en ambos sentidos, acompañadas de una especie de zumbido. No pudo evitar sentir terror ante aquella escena apocalíptica. Y, de pronto, le azotó una horrible punzada en el oído derecho. Podía sentir al diminuto insecto moviéndose allí adentro. El dolor era cegador e insoportable. Se introdujo el dedo en un intento desesperado, pero no vio resultado, solo logró introducir más al insecto. Y segundos después, fue golpeado por una recia lluvia de cucarachas. Lo golpeaban con cierta violencia. No había escapatoria. En cuestión de segundos ya se encontraba cubierto por una capa de insectos que le caminaban por todas partes mientras gritaba y se sacudía. Los insectos más pequeños llegaron a introducírsele por los orificios nasales, y al tratar de coger una bocanada de aire, los más grandes aprovecharon la oportunidad para invadirle la boca. Sus intentos por expulsarlas fueron inútiles. Podía sentir las patitas caminándole por la lengua y la garganta... Vómito una, dos, tres veces, y una vez su estómago quedó completamente  vacío, los insectos volvieron al ataque. Y de a poco, la falta de aire fue haciendo su trabajo, y los gritos de todas aquellas personas comenzaron a tornarse lejanos.

Collage: "Ranahombre"

Ranahombre

RELATO: "CHASCO"

    

    Afuera, el cielo se oscurecía de a poco, uno que otro trueno se hacía escuchar y una llovizna comenzaba a convertirse en aguacero. Adentro, en el lobby desértico del hotel barato en donde me encontraba, hacía más frío conforme pasaban los minutos. Yo me encontraba sentado junto al mostrador de la recepción que también funcionaba como cantina. 
    
    El recepcionista-cantinero me tendió un tarro de cerveza, y me dijo:

    —¿Y qué le ha parecido la ciudad? —Era un sujeto alto, de unos treinta años; tenía el cabello rizado, casi rapado, y unas entradas bastante pronunciadas.

    —Bonita —respondí—. Aunque demasiado ruidosa para mi gusto. Se me hace dificil conciliar el sueño con tanto ajetreo por la noches allí afuera. ¿Es que nadie duerme?

    Se rió, dando a entender que no era la primera vez que le decían aquello.
 
   —A mí también pasó cuando llegué —declaró—. Ya te acostumbrarás. Un par de meses y estarás durmiendo como un bebé.

   Bebí un largo trago de cerveza.

   —¿Por qué está tan solitario el lobby? —Le pregunté.

   Y él dijo:

   —Es mediodía. A esta hora hay poco movimiento por acá. Los inquilinos suelen ser parejas que buscan algo de acción, usted me entiende...

    Y en ese momento fue cuando el sonido de unos pasos provenientes de la escalera que se encontraba a mi espalda rompió el silencio que imperaba en aquel lugar. Él alzó la vista por encima de mi hombro derecho mientras los pasos se escuchaban cada vez más cerca. Él sonrió de forma amigable. Y, entonces, ella se sentó a mi derecha, a tres bancos de distancia. Se trataba de la mujer más..., más... ¿cómo decirlo?, tal vez "hechizante" sea la palabra que más se acerque a lo que quiero transmitir. Tenía el cabello negro y lacio; su piel era pálida e irradiaba delicadeza ; sus labios carnosos lucían rosáceos sin ningún rastro de labial... Y sus ojos... Ah, sus ojos felinos... eran de un color verde-amarillo. 

   Ella se acercó lentamente. Llevaba puesto un jeans ajustado que dejaba al descubierto un par de pantorrillas que tenían pinta de haber sido esculpidas por Dios mismo. 

    Ella dijo:

    —Román, sírveme un poco de café, por favor.

    —¿Una noche dura? —Replicó mientras se disponía a servirle el café.

    —Todas las noches son duras.

   El cantinero-recepcionista colocó una taza ante aquella mujer y la llenó hasta el tope de café. De inmediato, ella cogió el recipiente que contenía el azúcar y vertió cinco cucharadas en la taza. Luego preguntó cuánto debía pagar.

    —La casa invita —dijo él.

    —Como sigas así, te despedirán un día de estos.

    Él sonrió, y dijo:

    —Los dueños de este hotel deberían pagarte a ti por... —y volvió la mirada hacia mí.

    Lo entendí a la perfección. Aquella mujer era un prostituta.

    Entonces, ella volvió el rostro hacia mí como si acabara de percatarse de mi presencia. Me dijo:

    —Hola —y ladeó un poco la cabeza como quien siente curiosidad por algo.

    Le devolví el saludo. 

    Ella dijo:

    —Ese acento... ¿De dónde eres? —se llevó la taza a los labios. 

    —De Venezuela.

    —Ya decía que se me hacía familiar —sonrió—. No es que se me de muy bien eso de reconocer acentos.

     —¿Algún conocido venezolano?

    —Ah, sí —asintió. Volvió a beber café antes de decir—: Las cosas no están muy agradables por allá, ¿eh?

    —Ja; ni que lo digas.

    —El problema es que ustedes cogen todo a la ligera —me dijo—. A nosotros nos hacen todo lo que les han hecho a ustedes y créeme que nuestros políticos no la cuentan.

    Román, el cantinero-recepcionista, sonrió.

    —Pues, por eso estoy aquí —le dije, y ambos sonreímos.

    Me llevé el tarro a la boca mientras ella le pedía a Román algo para alegrarse el día.

    —Bueno..., podría propocionarte un buen café estilo escosés, bastante cargado de whisky.

    —¿Del whisky barato que sirven aquí? No, gracias. Me refiero a algo para esnifar.

    —De eso, nada.

    Entonces, ella me miró.

    —¿Y tú, veneco?

    —¿Yo, qué?

    —¿Tienes algo para esnifar?

    —¿Uh? —Quise parecer inocente.

    —¿Algo para empolvarme la nariz?

    —Eh..., llevo conmigo un compacto de mi exnovia.

    Ella y Román se rieron.

    —Cocaína, imbécil.

    Sonreí y negué con la cabeza.

    —Que pena —dijo.

    Yo llevaba quince días ahogado en el despecho, producto de la ruptura de mi relación amorosa de más de tres años. El alcohol ya no apaciguaba mi tristeza, nada parecía llenar el vacío que aquella mujer del infierno había dejado en mí. Nunca he sido de andar con prostitutas, pero ante aquella situación, ¿qué mejor camino podía tomar?

    Bebí un largo trago de cerveza, vaciando el tarro, y ella dijo:

    —Vaya, alguien tiene sed.

    Le dije:

    —¿Cien dólares te sirven?

    Sonrió, bebió café y luego me dijo:

    —¿Desde cuando se esnifan los billetes?

    Sonreí antes de decirle:

    —¿Cuánto de tu tiempo puedo tener?

    Ella me miró con cierta picardía.

    —Dudo que tengas demasiado aguante, así que el tiempo no importa.

    Román dejó escapar una pequeña carcajada.

    —Eh, Román, ¿no te parece que ese ha sido un golpe bajo?

    —Vaya que sí.

   —Creo que tu amiga necesita que le enseñen un poco.

   Él soltó una risita, y dijo:

   —Creo que es mejor que los deje a solas —alzó las manos como quien se da por vencido, se dio media vuelta y se alejó.

   Ella bebió un poco de café y yo le dije:

   —Me llamo...

    Me atajó:

    —No hace falta.

    Apuró su café y se puso de pie. La miré de arriba abajo. Era hermosa. No sé cómo es que una mujer así termina inmiscuída en la profesión más antigua de la historia.

    —¿Cuál es tu habitación? —Preguntó.

    —La número diez.

    —Esperáme allí. Iré a por mi bolso. —Declaró y se echó a andar hacia la escalera. Yo me dediqué a mirarla mientras se alejaba. ¡Vaya par de piernas! ¡Vaya culo! 

    Cuando entró a la habitación yo yacía acostado en la cama con la ropa puesta. Cerró la puerta y frunció el ceño. Colocó su bolso sobre un viejo buró de madera que estaba ubicado debajo de la tele.

    —Siempre he desconfiado de las bases aéreas para televisores. Siento que esas cosas se vendrán abajo de un momento a otro. Y supongo que las probabilidades de que eso acurra aumentan en un sitio como este. —Dije con la mirada clavada en la tele. 

    —¿Viniste a follar o a hablar de televisores que se caen?

    —En realidad..., no sé a qué he venido.

    Ella se volvió rápidamente hacia mí. Me dijo:

    —Sentimiento de culpa.

    —¿Perdón?

    —¿Hace mucho que terminaste con tu novia?

    —Quince días.

    —Ya veo... ¿Fue una relación larga?

    —Poco más de tres años.

   Frunció la nariz de cierta forma que resultó tierna y chistosa. Y entonces se quitó la camisa, cegándome con la hermosa palidez de su abdomen plano. Sus senos estaban cubiertos por un hermoso brasier de encaje de color negro. Dejó caer la camisa en el piso y se acercó a la cama.

    Me dijo:

    —¿Dónde están mis cien dólares?

    Señalé el buró.

    —En la primera gaveta —dije.

    Se volvió hacia el buró, abrió la gaveta y cogió el billete que yacía doblado en su interior. Yo me dediqué a contemplar su espalda. Me resultaba extremadamente sexy la especie de canal que se formaba en su columna, y esos dos hoyuelos en  la zona inferior. 

    —Muy bien, ahora si podemos proseguir con lo nuestro. Y descuida, ese sentimiento de culpa es normal cuando nunca se ha estado con una puta. Se te pasará a penas la polla se te ponga dura.

    —¿Cómo sabes que nunca antes...?

    —Se nota —dijo, quitándose el jeans.

    Su braga, también de color negro y de encaje, se me hacía sumamente provocativa. Se sentó en la cama, dándome la espalda mientras terminaba de sacarse el jeans.

    —No tienes que comenzar de una vez si no quieres —le dije.

    Terminó de sacarse el jeans, se volvió hacia mí y me dijo:

    —¿Y qué se supone que haremos? ¿Hablar?

    —Pues..., me parece una buena idea.

    Sonrió.

    —Eres una ternurita —me dijo—. ¿Y sobre qué quieres que hablemos?

    Alzó la vista hacia el televisor, y preguntó:

    —¿Sobre Casino Royal?

    —Ah, sabes como se llama la película.

    —Soy lo que soy, no una ignorante, querido.

    Me reí.

    —Y bien... —le dije—, ¿qué opinas de la película?

    —Pues, que me gusta mucho Daniel Craig como James Bond. Eso del super agente cara-bonita al que no podían siquiera hacerle un rasguño era ridículo. Prefiero mil veces la rudeza de esta versión.

    Mientras hablaba me le quedé mirando atentamente, contemplandola, bebiéndome su belleza.

    —Así que te gustan los hombres rudos.

    —La verdad no —hizo una pausa—. De ningún tipo.

    Ladeé la cabeza.

    Y ella dijo:

    —Prefiero a las mujeres —se mordisqueó el labio—. Y si tienen la rareza de Eva Green, mucho mejor. Por cierto, es lo mejor de la película. Esa mujer es una diosa. De las actrices más infravaloradas de la actualidad. Un pena, la verdad.

    Yo quedé helado ante su confesión. Dije: 

    —Cada quien es libre de tener gustos y pasiones, pero... ¿por qué acostarte con hombres si no...?

    —Acepté hablar, pero no de mi vida —replicó, sonriente, coqueta, poniéndose de pie. Y comenzó a desabrocharse el basier. Se inclinó hacia adelante con los dos tirantes colgando a los costados de su cuerpo. 

    Y, entonces, me dejó ver sus senos..., sus hermosos hermosos, redondos y pequeños senos. Excitarme era inevitable ante aquel panorama.

    No sé que notó en mi mirada, pero me dijo:

    —Alguien parece puberto virginal —y sonrió, apoyando las manos y colocando la rodilla izquierda sobre el colchón.

    Sus ojos felinos se posaron en los míos antes de desviarse hacia la derecha, específicamente hacia la mesilla de noche que estaba junto a la cama. Su ceño se frunció al instante. Y emitió una especie de bufido por la nariz. Volvió a clavar los ojos en mí.

    —¿La chica de la foto quién es? —Quiso saber.

    Miré la foto.

    —Es mi ex —le dije.

    Ella emitió un sonido que parecía la mezcla entre una risa y un bufido. Cerró los ojos por un instante antes de decirme que no podíamos continuar con aquello. Salió de la cama y se volvió a colocar el brasier. Yo no entendía por qué la foto de mi exnovia había provocado aquel cambio tan repentino en ella. 

    —Quédate con tus cien dólares —dijo, colocando el billete sobre el buró.

    Entonces yo exigí una explicación.

    —¿La conoces? —Pregunté.  

    Y, colocándose el jeans, me dijo:

    —En vano golpeaste a su mejor amigo. Es por mí que te ha dejado.







CRÍTICA: "THOR... ¿RAGNAROK?"



Según dicen, esta es la mejor película del dios del trueno... También he llegado a escuchar por parte de personas más hozadas (por no decir otra cosa) que es la mejor película de superhéroes que verás este año. Pero, la verdad es que me bastaron cinco minutos para darme cuenta de que Thor Ragnarok no era lo que yo esperaba, y que sufriría durante toda la película. 

Y es que cuando me hablan del "Ragnarok", es decir, La Batalla del Fin del Mundo, he de esperar encontrarme con algo oscuro, dramático, sorprendente y desgarrador. Pero nada que ver. Porque a pesar de ser visualmente fantástica (eso no puede negarse), esta película no es más que una mala imitación de Guardianes de la Galaxia, en donde nos muestran un Thor desdibujado totalmente que intenta hacer de Star-Lord, acompañado de un Loki que no aporta poco o nada a la historia, y de un Hulk reducido a un chiste; una Valquiria que hace de Gamora, o lo intenta, y un personaje llamado "El Gran Maestro" que roza lo patético, y por último, el mayor desperdicio, Hela (ver a Cate Blanchett haciendo chistes que no causan gracia ha sido demasiado doloroso para mí)... Y, es que, verás, la cantidad de chistes que meten en cada escena es tal que poco antes de la mitad de la película ya quería desistir de verla.

En resumen: ¿Es Thor Ragnarok la mejor película de este superheroe? Pues, partiendo del hecho de que las dos anteriores fueron un bodrio, sí. ¿Es todo lo fantástico que dicen por ahí que es? Como yo lo veo, no. Y, por último, ¿recuerdas lo que sucedió cuando Disney compró Fox Kids? Bueno, hacia allá se dirige Marvel.

Puntuación: 


Nota: la máxima puntuación es de cinco estrellas.