RELATO: "EL DÍA EN QUE LAS CUCARACHAS DOMINARON EL MUNDO"


     Terminó de beberse la cerveza y dejó la botella sobre el mesón de la cocina. Pensó en ducharse mientras caminaba hacia la cama, pero se sentía sumamente agotado. Pues, había sido un día de mierda en la fábrica. Se sentó en el borde de la cama y comenzó a desatarse los cordones de las botas. Fue en ese momento cuando divisó una cucaracha que cruzaba el loft y pretendía escabullirse debajo de la cama. Si existía algo en el mundo que Anthony detestara más que al presidente, eran los insectos. Aplastó la cucaracha de un pisotón, y al alzar el pie derecho, contempló al insecto cuya sustancia interior había creado una mancha blanquecina en el piso. Pensó en barrerla, pero el cansancio pudo más, así que terminó de quitarse las botas y se acostó. Nada era tan placentero como tumbarse en la cama después de un día de arduo trabajo. Ni siquiera la cálida compañía de una mujer. Cerró los ojos y poco a poco comenzó a quedarse dormido, a pesar de haber dejado la luz encendida...
     
     Y se encontraba en ese punto en que no sabes si estás dormido o despierto, cuando comenzó a sentir que algo le rozaba la planta del pie derecho. Era un roce leve, como diminutas cosquillas. Usó el pie izquierdo para rascarse; descansó el cuerpo sobre su costado derecho y volvió a dejarse llevar por el cansancio...
     No podía intuir cuánto tiempo había transcurrido. Pudo ser un minuto o diez, pero ahí estaba de nuevo el ligero roce, los pequeños cosquilleos. A pesar de estar a punto de ceder de una vez por todas ante el sueño, optó por prestar atención. Y entonces, pensó en diminutas antenas que le rozaban la planta del pie derecho. "Cucaracha", pensó y, de un brinco, salió de la cama. Apartó la sábana rápidamente, percatándose así del pequeño insecto que se escabullía entre la pared y el colchón, al tiempo en que otra, un tanto más grande, salió debajo de la cama. 

     Anthony actuó de forma automática y, olvidando que se encontraba descalzo, la aplastó. Y la sensación de humedad en el talón le generó una profunda repugnancia. Pero no había mucho tiempo para quejarse, pues, otra cucaracha salió debajo de la cama, y a esta se sumó otra, y otra, y otra más, y en un abrir y cerrar ya eran más de diez. Dio varios pasos hacia atrás, y entonces, notó que los insectos iban de manera desafiante en pos de él. No importaba cuánto se alejara, las cucarachas le seguían pausadamente.
     
      "¿Pero qué coño les pasa?", pensó.

      Dio varios más pasos hacia atrás, percatándose de que eran más las cucarachas que emergían debajo de la cama. De diferentes tamaños. Algunas más oscuras que otras. Todas marchaban en su dirección como una especie de ejército. La cantidad de artrópodos era tal que cualquier persona que sufriera de entomofobia habría perdido la cordura en ese momento. Miró a su alrededor en busca de una escoba o algo con qué hacerles frente.

     "El baño", se dijo.


    Entonces, corrió a la izquierda, y al abrir la puerta del baño se topó con más cucarachas. En el techo, en las paredes, en el váter, en el lavamanos, en la cortina..., el inodoro se había convertido en una especie de fuente de insectos. Contemplar aquella cantidad de cucarachas le provocó un raro y repentino escozor en los brazos. Con una rapidez felina, cogió la escoba que se encontraba apoyada detrás de la puerta, y con la mano izquierda, espantó a las tres cucarachas que caminaban por el cabo. Se dio media vuelta y comenzó a golpear a todos aquellos insectos. Lanzaba escobazos a diestra y siniestra, pero tenía la sensación de que por cada insecto que lograba herir aparecían dos más.  Y, de pronto, sintió varias patitas diminutas caminándole por los brazos, el cuello y la parte posterior de la cabeza. Intentó sacudirse, pero sus intentos fueron en vano, pues, más cucarachas emprendieron el vuelo hacia él. Ahora podía sentirlas debajo de la ropa, en el pecho. Podía sentirlas subiéndole por las piernas, debajo del pantalón. Dejó caer la escoba mientras daba vueltas y se sacudía desesperadamente. Más y más cucarachas chocaban contra él. Las sentía en todas partes. No le quedó más remedio que salir de la habitación.


     Mientras corría hacia la puerta, todos aquellos insectos revoloteaban a su alrededor. También podía sentirlos debajo de sus pies en cada pisada. Y, al salir al pasillo, se encontró con que sus vecinos estaban en las mismas condiciones. Corrió hacia la escalera que se encontraba congestionada de personas y llena de insectos, y un par de mujeres se cayeron, rodando escalones abajo. Al llegar a la planta baja, la escena distaba mucho de ser mejor. Podían verse cucarachas en los muebles, en la alfombra, en las cortinas, en las ventanas panorámicas, en las lámparas... y, por si fuera poco, en la calle, imperaban los gritos de mujeres despavoridas. De los desagües emanaba una cantidad ciclópea de cucarachas. Era como si aquellos insectos se hubiesen hartado de ser pisoteados y despreciados durante años. Como si se hubiesen cansado de los aerosoles insecticidas, hubiesen ideado un plan macabro que consistía en reproducirse de manera que representasen un serio peligro para la raza humana, sus opresores. Y es que en la calle podían verse varios cuerpos sin vida, que eran esquivados por personas que corrían despavoridas, tratando de deshacerse de los insectos y pisaban pequeños charcos de vómito.


     Anthony alzó la cara y divisó cientos, tal vez miles, de alitas que brillaban bajo las luces de la calle, en ambos sentidos, acompañadas de una especie de zumbido. No pudo evitar sentir terror ante aquella escena apocalíptica. Y, de pronto, le azotó una horrible punzada en el oído derecho. Podía sentir al diminuto insecto moviéndose allí adentro. El dolor era cegador e insoportable. Se introdujo el dedo en un intento desesperado, pero no vio resultado, solo logró introducir más al insecto. Y segundos después, fue golpeado por una recia lluvia de cucarachas. Lo golpeaban con cierta violencia. No había escapatoria. En cuestión de segundos ya se encontraba cubierto por una capa de insectos que le caminaban por todas partes mientras gritaba y se sacudía. Los insectos más pequeños llegaron a introducírsele por los orificios nasales, y al tratar de coger una bocanada de aire, los más grandes aprovecharon la oportunidad para invadirle la boca. Sus intentos por expulsarlas fueron inútiles. Podía sentir las patitas caminándole por la lengua y la garganta... Vómito una, dos, tres veces, y una vez su estómago quedó completamente  vacío, los insectos volvieron al ataque. Y de a poco, la falta de aire fue haciendo su trabajo, y los gritos de todas aquellas personas comenzaron a tornarse lejanos.

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